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LOMLOE, ¿un cambio en la cultura de evaluación?

La evaluación representa, hoy en día, uno de los temas con mayor protagonismo dentro del ámbito educativo, ya que ha de adaptarse a las nuevas formas de enseñar y aprender.
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Las herramientas, los momentos, los modos, los tiempos y las personas definen el concepto de evaluación que se practica y se comparte en una escuela, crean una cultura de evaluación compartida en comunidad por educadores, familias y estudiantes que acaba impactando en lo que entendemos por aprendizaje y, en definitiva, modifica el propio proceso de aprendizaje de los alumnos y la enseñanza del profesorado.

¿Cuáles son los principales cambios en la cultura de evaluación que impulsa la nueva ley?

LOMLOE, ¿un cambio en la cultura de la evaluación?

La evaluación según la LOMLOE

En el nuevo modelo curricular que promueve la LOMLOE, centrado en una enseñanza basada en competencias, hay un eje vertebrador, el perfil de salida del alumnado al término de la educación básica.

Este perfil busca aportar continuidad, coherencia y cohesión a la progresión del estudiante en su desempeño competencial, identificando aquellas competencias clave que, sin excepción, deberá haber adquirido y desarrollado al término de esta etapa educativa.

«La evaluación educativa es un proceso que, en parte, nos ayuda a determinar si lo que hacemos en las escuelas contribuye a conseguir fines valiosos o si es antitético con estos fines. Que hay diversidad de versiones de valor es indudablemente verdad. Éste es uno de los factores que hace a la educación más compleja que la medicina… Esto hace de la evaluación educativa una tarea difícil y compleja; sin embargo, a fin de cuentas algunos valores han de buscarse, algunos juicios deben ser formulados acerca de lo que se hace o lo que ocurre. No tenemos otro modo de conocer si estamos educando o deseducando.» 

(Eisner, E. (1985). The educational imagination. Nueva York: McMillan.)

La evaluación es uno de los secretos mejor guardados de cada docente y escuela de referencia.

Cuando la miramos a través del prisma único de exámenes y notas, con la exclusiva del profesor como único evaluador y que se agolpa al final de cada curso, entonces se configura como una intrusa de la práctica educativa a la que es necesaria acoplar por ley.

Cuando entendemos que la evaluación es una herramienta para el aprendizaje, que admite distintas formas de representación, que se comparte con los alumnos y que está presente durante todo el proceso, ayudándonos a tomar mejores decisiones en la programación, descubrimos el camino que nos conduce hacia el aprendizaje y las habilidades para el siglo XXI.

Es en éste camino en el que se nutre la cultura de evaluación de la LOMLOE y que avanza en nuestra (por desgracia extensa) historia de leyes educativas españolas que buscan una evaluación más auténtica, formativa, continua, integrada y vinculada con el desarrollo de competencias.

Estamos, sin duda alguna, ante un nuevo enfoque evaluativo, promoviendo un aprendizaje no tanto centrado en los contenidos y en una evaluación calificativa basada meramente en controles y pruebas escritas, sino en una evaluación del desempeño integral del alumnado, tomando como referentes las competencias clave y los grandes desafíos del siglo XXI. 

Por otro lado, al mismo tiempo que la LOMLOE se suma a un nuevo engorro legislativo para los docentes y las escuelas en la constitución de cambios curriculares y optativas, pruebas de diagnóstico y cambios en la carga horaria, es la ley educativa española en la que se cita en más ocasiones el concepto de “personalización”, propone medidas para aplazar como último recurso la repetición, que es poco costosa y efectiva. Dos hitos destacables que necesitan de las medidas adecuadas para lograrse, sobre todo, en lo relacionado con un enfoque más continuo, (valiente), y formativo de la cultura de la evaluación del aprendizaje para todo el sistema.

«Evaluar es una actividad que acompaña continuamente nuestros actos: siempre que es necesario elegir entre dos alternativas, siempre que existe el deseo de mejorar nuestra actuación, o algún objeto, nos enfrentamos a un problema de evaluación.» 

(Moya, J., Luengo, F. (2011). Teoría y práctica de las competencias básicas. Barcelona: Graó.)

En líneas generales y según los artículos 14, 21, 28, 36 y 43 de la nueva ley y que recorren todas las etapas del sistema,, «la evaluación del alumnado será global, continua y formativa, y tendrá en cuenta el grado de desarrollo de las competencias clave y su progreso en el conjunto de los procesos de aprendizaje».

En consecuencia, evaluar va mucho más allá de obtener una nota al final de un trimestre:

  • ha de ser un proceso continuo y planificado
  • basado en interacciones pedagógicas entre el docente y el alumnado, 
  • y entre los propios estudiantes, 
  • que permita recoger y analizar evidencias sobre el logro de los aprendizajes 
  • y así poder emitir un juicio de valor para 
  • tomar las decisiones oportunas en cada momento, 
  • siempre con el objetivo del progreso del alumno
  • y la mejora de la práctica docente.

"Estamos ante un nuevo enfoque evaluativo, promoviendo un aprendizaje no tanto centrado en los contenidos y en una evaluación calificativa sino en una evaluación del desempeño integral del alumnado"

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Los pilares de un proceso de evaluación autónomo

Al planificar la evaluación hay que determinar qué criterios se quieren evaluar, cómo se pueden observar y a través de qué tareas o actividades se van a evaluar.

En todo este proceso de toma de decisiones que propugna la coordinación horizontal del equipo docente, hay que tener muy presente el principio de educación inclusiva y del Diseño Universal del Aprendizaje, de forma que las condiciones de realización de los procesos asociados a la evaluación se adapten a las circunstancias del alumnado promoviendo «el uso generalizado de instrumentos de evaluación variados, diversos, accesibles y adaptados a las distintas situaciones de aprendizaje que permitan la valoración objetiva de todo el alumnado».

«Una de las funciones principales de la evaluación debe ser hacer visibles los procesos, es decir, poner a descubierto el modo en que el alumno va desarrollando o configurando sus propias capacidades (objetivos) o el modo en que utiliza estas capacidades para resolver situaciones-problema en diferentes contextos (competencias).”

(Viso Alonso, J. R. (2010). Enseñar y aprender por competencias. Vol 1: Qué son las competencias. Madrid: EOS)

También se ha de establecer la modalidad de evaluación, definiendo quién va a evaluar, de qué forma y qué información se ofrecerá al alumnado y cómo.

A la hora de decidir quién evalúa es básico involucrar al alumno, de modo que sepa autoevaluarse. De esta forma mejorará su autonomía y podrá reconocer si realmente está aprendiendo y si está haciendo una tarea o actividad de una manera más o menos adecuada.

Para ello es necesario que tenga claros los objetivos de aprendizaje, de forma que sea capaz de anticipar y planificar cómo realizarla, y que se apropie de los criterios más idóneos en función del objetivo a alcanzar.

Por lo tanto, se ha de ayudar a los estudiantes a que construyan lo que se denomina base de orientación de la acción, y evaluarla de forma correcta para así conseguir desarrollar la autorregulación de su aprendizaje.

La LOMLOE solicita un traspaso de las competencias desarrolladas entre ciclos, para que los alumnos progresen en su perfil de forma continua. Así, «al finalizar cada uno de los ciclos, el tutor o la tutora emitirá un informe sobre el grado de adquisición de las competencias clave por parte de cada alumno o alumna, indicando en su caso las medidas de refuerzo que se deben contemplar en el ciclo o etapa siguiente».

Además, «en el 4.º curso de Educación Primaria, todos los centros realizarán una evaluación de diagnóstico de las competencias adquiridas por su alumnado. Esta evaluación, que será responsabilidad de las administraciones educativas, tendrá carácter informativo, formativo y orientador para los centros, para el profesorado, para el alumnado y sus familias o tutores legales y para el conjunto de la comunidad educativa».

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De una evaluación del aprendizaje a una evaluación para el aprendizaje

La evaluación representa, hoy en día, uno de los temas con mayor protagonismo dentro del ámbito educativo, ya que ha de adaptarse a las nuevas formas de enseñar y aprender, permitiendo observar el progreso y las dificultades de cada uno de los alumnos de forma continua con la finalidad de ayudarles a mejorar durante su proceso de aprendizaje.

Queremos viajar de una evaluación del aprendizaje a una evaluación para el aprendizaje:

  • con una evaluación formativa centrada tanto en los procesos como en los productos, y que atienda a la riqueza y complejidad del proceso de  aprendizaje
  • que valore los contenidos empleando diversas técnicas e instrumentos innovadores
  • que se base en la búsqueda e interpretación de evidencias acerca del logro de los estudiantes respecto a una meta y que permita al docente identificar dónde se encuentran
  • que reconozca qué dificultades enfrentan en su proceso de aprendizaje los alumnos y que determine las acciones para cerrar la brecha entre el conocimiento actual y las metas esperadas. 

En resumen, una evaluación continua, integral y humana, que reconozca y confíe en la capacidad del alumno para aprender y, además, le comunique esta confianza en la interacción cotidiana. Que fomente una cultura de la evaluación que no se limite únicamente a la escuela, sino que se extienda al resto de una sociedad que es más consciente que nunca de la importancia y las repercusiones del hecho de evaluar o de ser evaluado.

Referencias bibliográficas

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