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En un mundo en constante evolución, la educación debe adaptarse para preparar a las nuevas generaciones no solo en conocimientos académicos, sino también en habilidades y valores fundamentales para enfrentar los desafíos del siglo XXI.
El proyecto educativo Larramendi Bidea se erige como un ejemplo innovador de cómo repensar la enseñanza secundaria, centrándose en tres pilares fundamentales: el amor propio, el aprendizaje basado en proyectos y el empoderamiento del estudiante.
Con el amor como base, se fomenta la inclusión y la autoaceptación en las aulas sin barreras. El ABP se erige como la metodología central, dividiendo la jornada en bloques para trabajo grupal e individual, promoviendo la autonomía. La transferencia de conocimientos se evalúa no solo en conocimientos adquiridos, sino también en habilidades críticas.
Los resultados reflejan una mejora en la convivencia y el rendimiento, respaldando la eficacia del proyecto.
El amor: inclusión y autoaceptación
Jon Cortés, profesor y tutor en secundaria, nos explica en detalle en el siguiente vídeo producido por Escuela21, como se reflejan los tres pilares en la práctica educativa en el colegio.
El amor se manifiesta en la inclusión, creando aulas sin barreras físicas, donde la confianza y el apoyo son esenciales. En entornos de aprendizaje permanentes y grupos pequeños, los alumnos se convierten en comunidades donde cada individuo se siente respaldado.
Dentro de este contexto inclusivo, el amor se traduce en la aceptación de la diversidad. Se eliminan las barreras entre asignaturas y se impulsan proyectos globales basados en la transferencia de conocimientos. La inclusión no solo se enseña, se vive; los alumnos encuentran adultos de confianza, generando un ambiente donde la inclusión va más allá de las palabras.
El poder transformador del Aprendizaje Basado en Proyectos
Jon Cortés nos revela cómo el aprendizaje basado en proyectos (ABP) se convierte en el vehículo para materializar las aspiraciones de Larramendi Bidea.
El aprendizaje basado en proyectos (ABP) se erige como el método central de enseñanza, desafiando el esquema tradicional de asignaturas y horarios. En lugar de dividir el conocimiento en compartimentos estancos, se estructuran nueve proyectos globales que abarcan las siete competencias clave requeridas.
Esta metodología no solo fomenta la adquisición de conocimientos, sino que también desarrolla habilidades para resolver problemas del mundo real, preparando a los estudiantes para enfrentar desafíos fuera del aula.
Después de repensar el horario y dividir la jornada en bloques, los alumnos trabajan en grupos durante dos sesiones, seguidas de una hora de trabajo individual. Este enfoque no solo mejora la convivencia, sino que también promueve la autonomía y la individualidad.
"En lugar de dividir el conocimiento en compartimentos estancos, se estructuran nueve proyectos globales que abarcan las siete competencias clave requeridas."
Evaluación y organización horaria
La organización del tiempo de estudio se divide en tres bloques diferenciados.
Los alumnos trabajan en grupos, guiados por el profesor, para comprender el contexto y las actividades del proyecto.
Posteriormente, tienen tiempo para trabajar de forma colaborativa y para realizar actividades individuales que promuevan la autonomía y la reflexión crítica sobre su aprendizaje.
La evaluación va más allá de las materias tradicionales y se centra en la conciencia del proceso de aprendizaje.
Los estudiantes utilizan herramientas como un listado de competencias, una agenda de actividades y una autoevaluación para reflexionar sobre su progreso y áreas de mejora.
Este enfoque holístico en la evaluación ayuda a los estudiantes a comprender cómo aprenden y a desarrollar habilidades metacognitivas fundamentales.
"La idea es que los preparemos para que ean hábiles fuera del aula, que sean capaces y que tengan competencias para dar solución a problemas de la vida real."
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Resultados tangibles: mejora en la convivencia y el rendimiento
La implementación de Larramendi Bidea ha arrojado resultados notables. La conflictividad en el aula ha disminuido, la armonía ha aumentado y los alumnos han desarrollado habilidades sociales y emocionales clave.
La heterogeneidad de los grupos ha demostrado ser una fortaleza, permitiendo a los alumnos comprender y valorar las diferencias.
Los resultados tangibles y el compromiso de la comunidad educativa refuerzan la idea de que este enfoque transformador puede ser la clave para una educación más inclusiva, significativa y competencial.
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